Vistas a la página totales

miércoles, 11 de marzo de 2020

Agua para el Amor.



                                                                        AGUA PARA EL AMOR.


Resultado de imagen para babandi                                                                                                                                                                           

                        

                   Carlos Eduardo Daly Gimón
    


El Babandí es un gran misterio en la vida de la gente de Upata.

Nadie sabe qué pasó con esa agua mágica, nutritiva, que poco a poco se perdió por las calles del pueblo y quedó como una sencilla anécdota de nuestros antepasados.

Bueno, eso dicen.

Lo que si es cierto es que el Babandí no es una fruta, ni tampoco tiene que ver con el dulce canto que baja de las montañas.

No es una danza a la luz de la luna.

Ni siquiera se le encuentra entre los mantecos y guayabitas que, orondos, se pasean por el Valle de Campanario.

El Babandí es más que todo un néctar para el amor.

El amor físico; concupiscente; cálido y glorioso.

Para que a los hombres nunca les falte el arrebato de los años mozos. Menos aún a la mujer.

Porque para que haya Babandí tienen que bajar desde Copapuicito unas raíces vibrantes, magnificas, que  se  lavan en el patio de la casa y  luego se sumergen en el licor blanco, quisquilloso, que les da una furia formidable; limpia y juguetona.

Y sólo entonces llega su fragancia infinita, sublime.

El Babandí huele, en fin de cuentas, a junco de laguna; a carato de moriche; o, puede que sí, a una flor blanquecina que crece en sitios húmedos con demasiadas hormigas.

                               Agua viva de la eterna primavera.



      ªªªªªªªªªªªªªªªªªªªªªªªªªªªªªªªª



La única verdad que conozco me la contó el León de Guacarapo.

Aquella tarde en que me lo encontré en la calle ayacucho llevaba un saco repleto de Babandí. Venía de la represa de Copapuicito, allá arriba, dijo señalando hacia el cielo como si llegar hasta el antiguo embalse de Upata fuera una tarea cicóplea, colosal. Se quitó el sombrero de cogollo que siempre lleva cuando va a sus cosas más importantes: tengo bastantes matas Zambito, dijo. El saco  de raíces sucias se recostó a su pierna derecha, y allí se quedó como una mansa mascota.

A esa hora de la tarde él sol se disimula entre los mangos de la casa de doña Estilita. Una brisa callejera aligera el calor húmedo y lluvioso. Pasa a mi lado él Goyito sin decir palabra. Detrás de nosotros, justo en la esquina, la tienda del turco Walid tiene oferta de vestidos de talla muy grande. Se escuchan cascos de burros, una paraulata que trina, ladridos de perros perezosos, el clamor de una madre preocupada por la maestra de su hijo. Puede que estemos a finales de agosto.

Hey León, dijo Hermenegildo, un viejo conuquero de La Caramuca: conseguistes bastante de la milagrosa? y sin esperar respuesta siguió su camino.

En ese momento, el León se me acercó para hablarme a sólo centímetros de la cara como si cualquier descuido pudiera significar para él un fatal error. Zambito, esta vaina es muy arrecha, dijo. Metió su mano en el bolsillo del pantalón de kaki  y sacó un frasco de ron blanco con una etiqueta azul oscuro. Lo acarició y por momentos pareció que iba a tragárselo de un sólo tirón pero se detuvo, lo miró y se lo llevó de nuevo al bolsillo.

Te voy a decir una vaina Zambito, aquí entre nosotros: El Babandí es lo mejor que hay para que estés bien con tu mujer. Te tomas un trago corto en ayuna, otro después de comer en la noche, y al cabo de tres días andas ansioso, muy alborotado. No falla, Zambito.

El León de Guacarapo da la impresión de que algo bueno se trae entre manos.

Parece cuidadoso y prudente.

Su rostro arrugado, seco, no deja de recordar que viene de una vida de rapiña: es un maleante de larga trayectoria, pícaro, borracho, vicioso y maltratador. Todo el mundo en Upata lo conoce. Ya no tiene nada más que esconder. En la Comisaría su celda está lista para cada vez que llega con su hamaca al hombro a pagar sus fechorías.

Cómprame un frasco, Zambito, para que veas lo que es bueno.

Pero si tengo veintisiete años, León.

No importa Zambito, esto es para cualquier edad.

Mira lo que te digo: hay gente que me lo pide semanas antes de que lo baje de Copapuicito porque saben que yo tengo el mejor. Cómo es que se dice? Afrodisíaco. Sí, eso es Zambito.

Unos italianos de Ciudad Bolívar, prosigue, me lo arrancan de la mano y hasta se lo mandan a familiares y amigos en la capital. Ellos saben que esto es candela pura. Si tú vas a una farmacia no encuentras nada igual. Unas pastillitas que no te sirven ni para un empujoncito. Cómo no, mi pana; el Babandí es lo mejor que hay para las hembras de Upata. Una vaina que los indios nos dejaron para que a nadie le falle la fuerza. Nada de eso. El Babandí te excita; y bueno, ya tú sabes, Zambito.



ªªªªªªªªªªªªªªªªªªªªªªªªªªªªªªªªª



El último novio de La Corocora fue Etienne Lézarde, un francés de Guadalupe que vino a buscar fortuna; a florecer en las tierras del sur.

Etienne era delgado, más bien chiquito, trigueño y cincuentón.

Un charlatán muy atrevido dispuesto a todo por el corazón de La Corocora.

Pero pronto se dio cuenta de que La Corocora no era una mujer fácil.

Y para seducirla se apoyó en Reinaldo Gomez, Juan Vicente Espósito, Chiripa Dominguez  y en Berenice Malavé, una viuda prima hermana de Reinaldo; con los que organizó unas sabrosas veladas en su pequeña  granja de Los Rosos.

Los miércoles por la tarde, en la finca de Etienne se armaba la rumba con aguardiente y güisqui barato, cachapa con cochino frito de pasapalo; y mucho se hablaba del agua noble, embrujadora, que era el cuento que más entretenía a los aburridos vecinos de la Villa del Yocoima.  

No, no, no; eso es una monumental mentira.

Los negros de Martinique nada tuvieron que ver con el Babandi, mon frere, decía Etienne Lézarde mirando a Juan Vicente mientras aspiraba su humeante pipa.

Ellos vinieron a finales del siglo XIX y se fueron directamente a las minas de oro de El Callao; ninguno paró en esta hermosa Villa.

Don Carlos César Castro Gruber se equivocó.

Él fue un hombre muy culto, casado con Doña Eufemita Daly, pero se confundió con eso de que es de las Antillas Menores que viene el Babandí. No, monsieur Castro Gruber. En lo absoluto. No estoy de acuerdo.

El mañoso caribeño luce un tanto irritado.

Chiripa Dominguez lo observa. Pocas veces había visto a un isleño  tan necio. Tranquilo viejo, le dice.

Etienne aclara su voz con un trago de ron muy cargado y sigue.

Es una gran verdad que el Babandí llegó a oídos de gente de otros  países. Tengo en mi poder recortes de prensa de El Universal, La Religión, y hasta en él El Cojo Ilustrado salió, de la visita que hizo a Caracas el representante de la firma “Recherches Tropicales S.A.”, en la persona de Adjevi  Haxaire, y de los muchos detalles que pidió a las autoridades sobre el mismísimo Babandi. En Guinea Ecuatorial tenemos las mejores condiciones para venderlo, y estamos dispuestos a pagar su precio, declaró el avispado comerciante que llegó desde Africa negra.

Pero, puntualizaba Etienne, al cabo de dos semanas en Upata, a Adjevi le echaron ceniza en la bebida en una de las tantas borracheras en la Cueva del Oso, y se lo llevaron preso porque en medio de la gritería que armó no se le entendía nada. Adjevi desapareció y nunca más se supo si seguía con la idea de sacarle provecho al afamado Babandí, o si fue un simple estafador.

No hay Babandi en la piedra de Santa María.

De dónde han sacado eso ? Juro qué es un chisme muy malo, insiste el francés ligeramente borracho.

Todo se confunde; mesdames y monsieurs.

No hay agua por allí.

Yopos y matas de copey abundan en la zona pero Babandí no hay.

Y no niego que Rómulo Gallegos puede haber dicho algo en sus novelas, pero eso de que se da el Babandí en la Piedra de Santa María es pura habladuría.

Otro engaño que se ha dejado correr entre la gente de este pueblo, es que hubo un tal Antonio Lecuna Bejarano de Valencia que se robó la fórmula del Babandi, y se hizo rico.

Esto me pone de mal humor, señores, decía con una voz grave, fingida.

El amigo  Lecuna fue dueño de una botica de poca categoría en Caja de Agua, no lejos del centro de Valencia, y allí murió con bastante humildad; y ahora vienen a decirme que se convirtió en millonario. Nunca en la vida, ustedes me entienden, insistía el francés-guadalupeño; jamás pudo ese caballero explotar el Babandi en el centro del país; cómo se les ocurre.

A veces me disgusta tanta bellaquería, y apretaba con la palma de la mano la pipa a punto de apagarse.

Son chismes muy malos, repite.

Pendejadas se puede decir Berenice?  y enseguida sonríe.

Fíjate que en Guadalupe le decimos Ragot, sí, con una sola palabra para que no haya ninguna duda.

Toma aliento, prueba un bocado de cochino frito y suelta: Lo que si tengo que dejar muy claro es que el que tuvo más puntería en esto del Babandí fue el Léon.

Y deletrea, muy lentamente, el León porque al francés caribeño le cuesta mucho pronunciar Guacarapo, y menos aún León de Guacarapo de una sola vez.  Es un difícil trabalenguas para él.

El León me insistió en la Foca de Capulina, en que el Babandí tenía sus días contados si nadie se pone a sembrarlo como tiene que ser. Hay que plantar el Babandi, carajo.

La Corocora lo escuchaba cautivada, casi derretida, y Etienne aprovechaba para soltar una fuerte humareda que oscurecía él ambiente y luego se iba.

A mí nunca se me olvidará que esa noche, en la Foca de Capulina, el León me agarró por el brazo y muy serio me dijo: el Babandí nos lo regaló esta tierra sagrada, y ella misma se lo llevará, musiú  ¡Dígalo ahí!

Etienne Lezarde vivió muchos años en Upata pero nunca llegó a casarse con La Corocora porque según y que se dio cuenta de que él Babandí no servía para nada; es una gran mamadera de gallo, sentenciaba, triste e indignado.





Acerca de mí

Mi foto
Caracas, Estado Miranda, Venezuela