Un Toro en el mar.
Carlos Eduardo Daly Gimón
Este es un relato sobre la lucha a muerte entre un precioso miura que nunca existió y un torero gallego en alta mar.
Uno puede imaginarse que aquel hermoso toro negro era una bestia inmensa, colérica, peligrosa como pocas.
Que bramaba, pitaba como un demonio, que era un animal sanguinario.
Pero, tengo que confesarlo, yo nunca pude verlo en carne y hueso porque aquel miura zaíno sólo existió en la cabeza de Lucas Domingo Sanjurjo. Y allí sigue.
La lucha a muerte tampoco se dio.
Todo fue mentira.
Su delirio.
Un lío del que él nunca pudo escapar.
<Tú no sirves para banderillero, tío, y menos para ayudante de espadas; olvídate de eso >.
Eso me dolió y mucho, chaval.
Mi sueño, carajo, es ser un gran matador.
Así lo dijo.
Y como nunca pudo torear ni siquiera una vaquilla en una capea de caserío se volvió un tipo callado, de pocas palabras.
<Marino es lo que te toca>, le dijo el otro burlonamente, <hasta que el cuerpo aguante, tío>.
Por eso es que cuando llegó a sus oídos lo de mesonero en un barco de carga refunfuñó algo entre dientes, a por la mar vamos parece que dijo, y se embarcó quince días después.
Allí fue que me lo encontré.
Sólo y silencioso.
Él me esperó a la entrada de lo que era su vivienda desde hacía unos largos años, y cuando le vi por primera vez pensé que jamás seríamos amigos.
Pero estaba equivocado.
<Hola, chaval> soltó como con fastidio y me invitó a entrar.
Se sentó en el borde de la litera. <Estoy molido, carajo>, dijo, y se fue a lavar las manos.
<Te gusta la música española, chaval?> pregunta desde un rincón de la minúscula habitación.
<Claro, Lucas>, contesté.
Sin esperar mucho se agacha, extrae un diminuto tocadiscos portátil del mueble que está debajo del lavamanos, limpia un poco la tapa y enseguida lo enciende.
El Camarote 54 se alegra.
Los pasodobles más típicos de España resuenan por todas partes; < y por el lado B hay más todavía, chaval>.
Enseguida se pone de pie, y, con una voz exageradamente ronca, canturrea:
<La española cuando besa es que besa de verdad, y a ninguna le interesa besar con frivolidad. El beso, el beso, el beso en España ……>.
Lucas Domingo añora esos besos.
Porque ahora él sólo tiene la soledad del mar que se ve desde el Camarote 54; azulado, perenne, convulso.
Por eso canta.
A veces.
En esas se levanta a voltear él disco, y luego se acerca a la litera que está pegada a la pared. Quita la sábana con un brusco movimiento y en un dos por tres la convierte en un delgado capote.
Es justo el momento de la gran corrida.
De ahí en adelante lo que hay en el Camarote 54 es un toro zaíno bravo, muy bravo, que ataca, y si te descuidas te clava el asta por el costado en medio del griterío ensordecedor del público que aplaude y festeja desde lo más alto de las gradas.
Pero claro, no hay desfile en traje de luces, ni aficionados amontonados; la banda taurina guarda silencio.
La plaza de toros del Camarote 54 es, por momentos, un encuentro casi familiar.
A Lucas Domingo Sanjurjo eso le importa muy poco, lo suyo es el animal que tiene enfrente y al que no le quita la vista por nada del mundo.
Es la vida ante la muerte.
El peligro y el miedo.
Mira hacia los lados y no ve al picador ni a su banderillero de confianza. No hay caballos de lidia por ahí, y eso le tranquiliza.
<En esta corrida nunca hay nada que lamentar, chaval>, dice un tanto engreído.
<Olé, olé y olé>, suelta de nuevo Lucas Domingo Sanjurjo.
Entonces fija toda su atención en los ojos del hermoso animal: <toro cabrón> grita a viva voz, retrocede tres pasos por si acaso, y parece que va a decir algo pero prefiere avanzar de nuevo hasta que casi roza la cara de la bestia; se detiene, piensa, se yergue todo lo que puede, hace la seña de rigor para que le preparen la estocada final y baja el capote.
La lidia termina sin pena ni gloria.
<Es hora de irnos a dormir, chaval, mañana hay que currar>.
Como cada noche, hoy no se le dará la vuelta al ruedo, no habrá palmas, vítores, nadie gritará desde la tribuna <bravo majo, tú si eres un macho de verdad, un varón, y ole>.
Él y yo sabemos, eso sí, que mañana también habrá corrida.
Lucas Domingo Sanjurjo guarda el tocadiscos, vuelve a colocar la sábana en la litera, y se deja ir con una vacilante sonrisa que poco a poco se diluye en la inmensidad del mar.