Las langostas del Río Hudson.
Carlos Eduardo DalyGimón
En la oficina de personas desamparadas del condado de Kings Nestora María se siente más a gusto que en cualquier otro lado. Es un sentimiento que ella conoce bien pero no sabe ni siquiera como se llama. Yalpacqui? Mayaleuhqui?
Poco importa.
Lo que a mi más me gusta, tantito, son las charlas de martes y jueves en la sala Jefferson.
Allí están Renata y Guadalupe de Jalisco, Leticia de Michoacán como yo; Rosario, la más chaparrita, de Cohauila. Las otras vienen del norte de México.
Hay que ver que yo si quiero a estas chavas. Por diosito.
Nestora María deja sus pensamientos de lado, sube por una escalerilla y entra a la Jefferson apurada como de costumbre. Coloca el paraguas cerrado en el perchero y se acerca a un pequeño escritorio que está en el centro de la sala.
De golpe, retumba un coro de mujeres: Nestora, Nestora, Nestora, siiiii, qué viva México; son las chicas de Sunset Park que la reciben con una gran algarabía.
Un vigilante de color, cincuentón, se levanta de su silla, da una mirada rasante y sólo atina a decir: fiesta, aquí, fiesta, repite como con culpa.
Nestora María es el corazón de la reunión que semana tras semana se lleva a cabo en la Jefferson.
Ella empuja y empuja.
Bien, un poco de silencio, please.
Toma aliento y habla: el trabajo sexual en Nueva York es el tema de hoy, señoritas.
Las sillas de metal se juntan unas con otras.
Es un momento digno.
Una calma pensativa, espesa, se adueña de los presentes.
Nestora empieza por los chulos: esos canallas hijos de la chingada, y sigue con el money: la lana lo es todo por aquí mis criaturas, e insiste: hay que cuidar la lana para la gente que se quedó al otro lado de la frontera y que tanto lo necesita, niñas.
Un suave murmullo recorre la sala.
Y mientras habla Nestora es la voz que censura a los violentos y a los que explotan a nuestras mujeres, dice, hasta que se percata de que ya ha pasado el tiempo, mira el reloj y decide parar.
Atención a todas, please: para terminar por el día de hoy pido un gran aplauso para mis nenas.
Enseguida toma su cartera y se alista a salir pero se detiene y grita: el martes no me fallen mis amores, bye bye.
Nestora María sale de la Jefferson y camina a paso rápido por la bulliciosa Church Avenue hacia la estación del metro; va de prisa porque quiere subirse al primer wagon que pase.
Lleva entre ceja y ceja su cita con un chico venezolano que conoció días atrás por los lados de Crown Heights. Un cosquilleo inusitado la hace caminar más rápido todavía.
La noche empieza a reinar.
Espera un poco, atraviesa la calle a la altura de la E45th St. y continúa su marcha en dirección a Westminster Rd.
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En el Blue Bottle Cofee del 160 Berry St., Brayan C. Tavares se arrima a una mesa para dos, no muy lejos de la barra.
Pide una cerveza de sifón.
Mientras la mesonera sirve, él no hace más que pensar en la chica que espera: esa flaquita de Michoacán me gusta una barbaridad; tiene un swing que qué te digo, y saborea la cerveza que le deja un poco de espuma en la comisura de los labios.
Hola guey, le dice la flaquita al llegar, se sacude la ropa, le da un beso en la mejilla y se sienta.
Brayant C. mira su negra cabellera, larga, lisa, abundante. Se pasea por su cuerpo esbelto, por aquella boca de labios delgados, gestos suaves, muy chévere desde dónde se le vea. I really like, piensa para sus adentros y sonríe.
Le pide un té con limón a la misma mesonera.
¿En qué andas, chama?
Yo hablo así, Nestora María, al estilo caraqueño. ¿Te gusta?
Nestora María no contesta, más bien pregunta a su vez, ¿Brayant C. es tú nombre; correcto?
El venezolano se hace el distraído.
Sí, Brayant C. Tavares Moreno, a su orden.
Te lo pregunto porque conocí hace unos días a un chico colombiano de Cali y lo relacioné contigo. Se llama Braulio, Braulio Osorio, te suena? Por cierto es amante de la pintura abstracta norteamericana, y un buen conocedor.
Si guey, y lo dice en un tono harto llamativo, a mi New York me gusta más que todo por la pintura con la que te encuentras por aquí.
Nestora María se acomoda mejor en su asiento, toma un sorbo de té caliente y vuelve sobre el arte.
Pero ya va, ya va, dice.
Enciende un cigarrillo.
No vayas a creer, continúa, que tengo mi casa llena de cuadros por todos lados, que no hay ni un solo rincón libre. No, no es así.
Nestora habla esta vez con un poco de más de calma.
Soy marchante de arte Brayant C.; principiante por los momentos pero ten por seguro de que me gusta mucho el money, ¿no?
Y pareció que se arrepentiría de lo que había dicho pero no; eso fue lo que quise decir, pensó.
Y conoces gente así, pregunta el caraqueño.
Galerías unas cuantas en Manhattan y Brooklyn, pero ya lo tengo más que claro: me entiendo mejor con los creadores, los visito en sus estudios, talleres, los ayudo con lo diario, y tengo más paciencia que los demás con su tiempo creativo, ¿tú me entiendes?
Las palabras de Nestora María son un arrullo para Brayant C.. Luce, por momentos, cautivado. Lo que ella dice le gusta, marchante de arte, suena bien, sí, se oye bien cuando lo dice.
Ah, y mis putas.
Brayant C. Tavares se queda un tanto sorprendido. ¿Putas?
Sí, hombre.
Tengo un grupo de muchachas de la calle que trato de rescatar de la mala vida en el condado de Kings.
Y qué haces tú por ellas? pregunta.
A Nestora María le gusta que Brayant C. se interese por la misión social que cumple en el condado de Kings: allí las ayudamos a salir de las catacumbas en las que han caído. A veces les doy mi mano para que encuentren el buen camino, y si no, con el apoyo del condado, les informamos sobre sus derechos y la protección que les da New York city.
Ahí vamos, p’adelante, guey.
Todo sea por la raza, y vuelve a sonreir.
Pasadas las once salieron del Blue Bottle Cofee y se fueron a pie hasta la York St.
Y, mientras caminaban en medio del frenético viento de la noche newyorkina, no se dijo, nadie lo dijo, pero ya estaba claro que algo bueno venía por ahí, algo que en cualquier momento hará todo cambiar.
Al menos, eso es lo que Brayan C. Tavares y Nestora María Sepúlveda anhelaban.
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¿Y tú, que haces en New York guey?
Vivo de las langostas, Nestora María.
La michoacana de México lindo se fija en los ojos traviesos, verdosos, del caraqueño, en su cabello ensortijado, la risa alegre, sabrosa, y una voz como de tendero.
Las compro en Maine y las traigo a New York muy de mañana.
Ajá.
¿Tienes vehículo?
No.
Las envío por tren desde Portland y me llegan bien.
Nestora María aprieta un poco los ojos.
Le cuesta mucho entender lo que hace Brayant C. para ganarse la vida.
Este guey es medio raro, pensó.
Tengo compradores en East Village y también en Litle Italy.
Y me va bien Nestora pero no tanto como quisiera.
Necesito más clientes.
Me faltan contactos, tú sabes, Manhattan no es fácil.
Para nada.
Nestora mira al venezolano fijamente, directo a los ojos, mientras le dice: y que hago yo con esas langostas y mariscos de Maine, guey.
No hay respuesta.
Brayant C. sabe que si se hace el loco le irá mejor con la flaquita de michoacan.
Sí, es lo mejor, concluye.
Ella, en cambio, lo tiene muy claro.
Lo mío es un bello apartamento amueblado con vista panorámica al río Hudson, y, pues sí, mucha lana en la cuenta bancaria.
Eso es lo que me quita el sueño.
No sé, de verdad, cómo le vamos a hacer, guey, no lo sé.
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A medida que sus manos se rozaron, que el otoño arreció llevándose las últimas hojas coloreadas de Central Park, que sus sentimientos sonrieron, emergió un afecto calientito, allá, en un rincón del discreto café, en aquel encuentro que iba acercando a tientas la hiriente soledad que llevaban en el corazón. Ya Brayant C. se arreglaba más para gustarle a Nestora María, lavaba sus camisas a menudo, limpiaba sus zapatos y se peinaba con esmero, si, apenas entraba al Blue Bottle Cofee iba pendiente de acicalarse para que ella se fijara en él como un hombre con gancho, un tipo como para ella, y, quién sabe, a lo mejor, tirarse juntos a lidiar con aquel mundo chocante y rudo que corre a diario por las calles aledañas al rio Hudson.
En ese ánimo dulce, amoroso, Nestora se tropieza muy de cerca con el Brayant C. que practica el vudú y eso le asusta.
No, no es por distraerse, no señor. Brayant C. cree en el vudú, guey. Para él, Bondye es el señor más todopoderoso que hay.
Hace días me dijo que cada vez que tenía un problema muy serio se hacía un ritual y listo. Qué tal ?
Que en esos rituales se puede convertir a la gente en fantasma; te imaginas.
En el último rito en él que estuvo, me cuenta que vio a un hombre negro gritando que no lo enterraran que él no estaba muerto, que no era un difunto.
Y la persona que él más adora aparte de Bondye es una señora llamada Cecile Fatiman.
Es ella quién le ayuda a pedir la protección de los ancestros africanos. Las ofrendas para los espíritus. Yo creo que eso es magia negra, dice Nestora María convencida: y para mí, insiste, digan lo que digan eso es brujería.
Y lo que es peor, asiente, algo me dice muy dentro de mí que si él sigue en eso llegará el momento en que se encontrará de frente con mi dios cristiano y allí sí que tendremos un gran problema. Estoy convencida de eso, y me fastidia. Seguro que sí.
Brayant C. Tavares también tiene sus dudas sobre el pasado de Nestora María en Michoacan.
Con lo de la coca.
Una vez que fue a la Jefferson, mientras la esperaba, Leticia se sentó conmigo en las sillas del corredor y allí me contó cosas que yo ni me imaginaba. Su familia está metida en problemas de drogas hasta el cuello, guey. A un tío que vive en Boca de Apiza le descubrieron un cargamento de más de 90 paquetes de cocaína pura, junto a su socio, Angel Flores, alias Joseíto, un traficante muy conocido en la zona. Un primo hermano suyo, suelta Leticia bajando la voz y acercándose al hombro derecho de Brayant C., también es traficante. En el litoral de Coahuayana tiene lanchas torpedo que le mueven el polvo maldito al Cártel Jalisco Nueva Generación para sacarlo por la frontera.
Angel Flores y ese tío suyo estaban antes con los Caballeros Templarios, insiste Leticia, hasta que la Policía Federal los arrestó. Otros miembros de esa peligrosa banda están pudriéndose en una cárcel de alta seguridad. Nestora vio que de esa guerra sin cuartel era difícil salirse, si, la pobre prefirió huir del narcotráfico, esa es la pura verdad finalizó Leticia.
Aquella conversación con Leticia, Brayant C. la guardó dentro de sí sin revelarle nada a Nestora María.
Después de todo, más me importa el mañana junto a ella.
Con lo del vudú y la coca después vemos.
Positivo.
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En su viaje hacia lo más fino de la pintura abstracta, a Brayant C y Nestora María se les volvió una agradable rutina ir por galerías, centros de arte, museos, y, de paso, aprovechar para visitar las tiendas Arts & Craft con las que se tropezaban a cada rato.
Son nuestros domingos de ensueño.
El venezolano creía ciegamente en lo que Nestora María sabía sobre la pintura norteamericana, y de la plata que podía traerles al bolsillo. Él lo tiene muy claro: ese es nuestro american way.
Es como, piensa el comerciante caraqueño, unir nuestras vidas con el arte abstracto, con todo lo que nos puede dar; conectarnos a esa suerte.
Por eso es que salían cerca de las diez de la mañana a pasear por las galerías más renombradas del Lower Manhattan y, poco a poco, bajaban hasta Soho por Broome Street para luego detenerse en el Tenement Museum cerca de la una de la tarde.
A veces, cuando había platica en el bolsillo, almorzaban una cheeseburger con papas fritas en el food truck de Mount Eden St., coca-cola y una torta de chocolate para los dos, y de allí caminaban hasta el Metropolitan Art Museum en una rutina bonita, delicada y reilona. Un domingo redondo que Nestora María remataba con una frase que repetía al final de cada caminata: El expresionismo abstracto es lo más grande que ha parido este país, guerito, yo que te lo digo.
Santa palabra.
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Pero con la llegada de la primavera, la vida cotidiana de la pareja de inmigrantes cambió para siempre.
El destino es así.
Porque, ¿quién podía siquiera imaginar que el chino Tian Won Pi ya andaba por ahí?
La pintura y el azar que de nuevo se encontraron.
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En la acera que bordea el Flushing Meadows-Corona Park, Brayan C. va de prisa pero se detiene a ver una venta ambulante de cuadros casi al final de la Jewel Avenue.
Era, quizás, una morbosa curiosidad que no conducía a nada en particular; sólo husmeaba.
De pie, junto a los cuadros, estaba un chino: Tian Won Pi. Su mujer, Shang, tejía sentada en un banquito de plástico azul a pocos pasos de él.
Apenas fijó su mirada sobre las coloridas pinturas, un ligero temblor sacudió el cuerpo de Brayant C..
Las pinturas de Tian Won Pi tenían un gran parecido con él expresionismo abstracto del que tanto hablaba Nestora María.
Y, bueno, le llegó aquella corazonada.
Se acercó con actitud paciente al chino y le dijo: how much?, y agregó, the painting? al vendedor de cuadros. Sixty, oyó, sixty my brother, y el ruido de la gente al caminar siguió como si nada.
Brayant C. se dijo: están regalados, pero no sé si es mejor colgarlos en la sala o guardarlos un tiempito a ver qué se me ocurre.
Con la flaquita vemos.
Compró dos: el más simpático, ‘memories on the sky’, y el otro, ‘around of the circle’, y decidió llevárselos al “loft” de Union Square y darles unas cuantas vueltas porque, eso le pareció a Brayan C., les falta todavía un toque.
Al final de la tarde, Nestora María vio los cuadros y quedó desconcertada: ese chino se trae algo bueno entre manos, amorcito.
Tomó una vieja lupa de la mesa de trabajo de Brayant C. y se puso a mirar por los bordes de cada cuadro. Con un trapo del closet limpió primero a ‘around of the circle’ y luego a ‘memories on the sky’, y sus ojos brillaron.
Tomó asiento.
Esto está nice, very nice, guerito.
Y tengo una idea.
Puede que sea una gran idea, guerito.
¿Qué tal si vendemos los cuadros del chino como si fueran expresionistas auténticos?
¿Dime, que te parece?
Brayant C. dijo: genial, flaquita, genial.
La mente de Brayant C. giraba a gran velocidad.
Iba bastante más rápida que cuando se inició en el negocio de las langostas de Maine.
Yo me encargo de comprarle los cuadros al pintor chino, y tú los colocas entre los coleccionistas. ¿Qué tal?
¿Cuánto podemos ganarle? preguntó de inmediato.
Un montón de pesos, dijo la mexicana.
Cinco veces, diez veces, más, a lo mejor.
Brayant C. Tavares presiente los dólares al alcance de su mano.
Se imagina los fajos de billetes sobre la mesa del recibo, unos sobre otros, a la espera de no se sabe qué.
Nestora, en cambio, no tiene dudas.
Este chino nos lo mandó Dios.
Esos lienzos son un milagro de Dios, insiste Nestora María.
Brayant C. no sabe qué decir.
Esto Dios lo hace por nuestra hijita, Brayant C., ella se lo merece todo.
Quién sabe, flaquita, todo es posible.
Cenaron y se fueron a acostar.
Era tanta la emoción que sintieron Nestora Maria y Brayant C, que esa noche hicieron el amor como nunca antes, con un ardor de trópico adentro, y después brindaron con un Blossom Hill que tenía tres días en la nevera, abierto y sin corcho.
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Tian Won Pi apretó sus achinados ojos cuando Brayant C. Tavares se le acercó el lunes siguiente en la Jewel Avenue, sin cuadros debajo del brazo pero con una actitud muy rara. En vez de hablarle face to face, el recién llegado se le colocó de lado, casi que lo rozaba, y le dijo: Me gusta tu arte, hermano, eres muy bueno en esto. El chino Tian se quedó en silencio, pensativo, y, de seguidas voltio a mirar a su mujer Shang que lucía más bien indiferente, quieta pero alerta.
El señor desea, preguntó Tian.
Brayant C. se turbó un poco.
Quizás por la cantidad de peatones que iban y venían, o porque la policía podía presentarse en cualquier momento, Tian Won Pi no recordó quién era Brayant C. Tavares.
El señor, preguntó Brayant C., como es que se llama? Tian, my friends, Tian.
Bien, quiero un trato con su persona, y se esforzaba en bajar la voz para no parecer brusco.
Diga señor, diga, insistió el pintor chino.
Brayant C. se acercó un poco más a él pintor, y le preguntó: ¿Está dispuesto a pintar los cuadros que yo le indique y le pago eighty dólars por cada uno ?
El chino calló, bajó la mirada y sacudió el polvo de la calle de su ropa.
Cuantos cuadros, preguntó el pintor con voz firme.
No sé, pueden ser seis o más por mes; yo le aviso.
Ud. escoge el motivo pero yo puedo opinar dijo Tian.
Sí, claro.
Ud. pinta como siempre pero la firma en cada cuadro es la que yo le voy a decir ¿me entendió?
El señor me va a perdonar, dijo Tian, y acercó su arrugada cara al rostro de Brayant C.: ¿de qué hablamos exactamente?
Exposiciones y ventas a galerías más que todo dijo el avispado Tavares. Tengo mis contactos, marchantes, coleccionistas, gente que está conmigo en esto y buscan arte popular que le guste al gran público, señor, dijo con una picardía muy prudente en la mirada. Eso es, finalizó.
Eighty dólars por cada obra requirió Tian como hablando consigo mismo. Me parece bien señor, es buen trato señor, agregó, y miró de soslayo a Brayant C..
Bien, de acuerdo, hermano. Nada más que decir.
Okay, soltó el artista asiático, las pinturas se las entrego aquí mismo. Al instante cambió de opinión. No, no señor, aquí no está bien, no. Usted me dice el modelo que quiere y yo se lo puedo tener listo en unos días, sin ningún problema, pero mejor pasa por mi casa en Woodhaven a recogerlo señor, si, así es mejor.
¿Está bien?
Brayant C., un poco sorprendido, no quiso preguntar nada; después de todo el chino parecía saber más de eso que él mismo. El martes siguiente le dejó el primer encargo anotado en un papelito a rayas como convenido, y siguió apurado en dirección a Kew Gardens Hills.
Era un día extrañamente despejado.
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A las pocas semanas, Nestora María se dio cuenta de que lo de las pinturas falsas era algo muy diferente a lo que ella conocía, más que todo porque ahora sí que tenía que engañar a más de uno; el timo y su trampa.
De simple comerciante pasó a engatusar a quien se le atravesara en su camino.
Y le gustó.
Estos lienzos, por ejemplo, fueron encontrados en el sótano de una vivienda en las afueras de Phoenix. Cuando se le revisó al detalle se descubrió que eran nada más y nada menos que del gran De Kooning; un hallazgo milagroso para nosotros.
Déjeme decirle que De Kooning fue un gran maestro del expresionismo de este país. Sus cuadros valen una fortuna.
Estos de la pared del fondo, los trajo un caballero inglés que vive en Albany desde hace años, y quiere deshacerse de los cuadros porque va a remodelar su casa y nos llamó para que le hagamos una oferta.
La firma apenas se distingue pero, yo se lo aseguro, son unas verdaderas joyas.
Nestora María Sepúlveda seduce, y sabe muy bien cómo hacerlo.
Tiene un don que ni ella misma se lo imaginaba.
Se siente a gusto.
Va y viene a su antojo.
Trabaja horas extras.
Viaja.
Hace lobby.
Tiene una página web personalizada para los coleccionistas, y por sobre todas las cosas la lana está ahí, dónde tienen que estar, guey.
Para la gente que la conoce, de la flaquita michoacana ya casi no queda nada.
Ahora es una mujer de salón que viste finamente y a la moda.
Zapatillas de tacón alto.
Perfume Woman de Loewe de flor de azahar.
Y se peina en Hayato New York dos veces por semana.
Tiene poco tiempo para callejear.
Las muchachas de Sunset Park preguntan tanto por ella.
¿Qué pasa, guey?
¿Qué diablos?
Brayant C. Tavares también va a su ritmo.
Hace semanas se compró una Ford Explorar PHEV blanca último modelo, está más gordo, dejó a las langostas de Maine de lado y ve la vida con alegría.
Se mudaron a un condominio con piscina por los lados de Columbus Circle, y a su niña, Veroniquita Tavares, la inscribieron en la East Side Elementary School en un turno completo.
New York, New York.
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A mediados de noviembre, mientras Brayant C. hojea el The Epoch Time en el condominio de Columbus Circle, recibe una llamada telefónica de Nestora María.
Son las diez de la mañana, y un poco más.
Hi.
Es urgente, guerito.
Escucha.
La policía de New York me ha detenido.
Pasa a buscar a Veroniquita a la East Side Elementary School, la llevas hasta la casa y la dejas con la señora Antonia. Tú, ven, ven rápido, me tienen detenida en el Metropolitan Correctional Center. Ah, y llama a un abogado.
Al día siguiente, la nota de prensa firmada por el columnista Alvin Atwood, de New Jersey, fue la gota que derramó el vaso.
<Una peligrosa banda de estafadores ha sido capturada en el Upper East Side de Manhattan.
Según nos reveló el Departamento de Policía de la Ciudad de Nueva York en la persona del oficial Samuel Copperland, jefe de inteligencia criminal, los aprehendidos están bajo custodia policial y a la orden de los tribunales de justicia.
Como punta de lanza del grupo fue identificada una mujer sin papeles proveniente de Michoacán, México, conocida como Nestora María Sepúlveda aunque, advierten las autoridades, todavía faltan por confirmar ciertos datos que permitirán esclarecer los delitos de que se le acusa.
Un ciudadano chino de nombre Tian Won Pi aparece como él cómplice más comprometido con la autora intelectual y material de estas fechorías.
Se sospecha que puede haber abandonado el país rumbo a Honk Kong, dónde, al parecer, tiene vínculos familiares y numerosos antecedentes delictivos.
Leticia Cruz, mexicana también indocumentada, dedicada al mal vivir y, supuestamente, relacionada con el tráfico sexual y la prostitución en la W123 Street de Harlem, también ha sido arrestada como miembro principal de esta banda criminal.
Las autoridades vigilan de cerca al concubino de Nestora María Sepúlveda, Brayant C. Tavares, un ciudadano de oficio desconocido, venezolano, con permiso de residencia vencido, y que servía de conexión entre la autora material y los chinos miembros de la organización. La policía le pisa los talones y si los indicios acerca de su participación en estas fechorías llegaran a comprobarse, le serán colocadas las esposas y caerá sobre él y sus cómplices todo el peso de la ley.
Seguiremos informando>.
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Ay guerito, dice Nestora María a Brayant C. a la hora de la visita en el Metropolitan Correctional Center quince días después; en mi amado Michoacán esto nunca nos hubiera pasado.
Jamás en la vida.
Por cristo; y se persigna.
Mira a Brayant C. con una profunda resignación y pregunta detrás del vidrio que los separa: ¿cuándo me vas a sacar de este infierno, mi guerito querido, dime, cuando?
Un Brayant C. serio, receloso, suelta: Tú tranquila flaquita que ya me comuniqué con Bondye y me pidió que invocara a los espíritus en el nombre de Shangó, tres gallinas negras, y un ritual con calaveras en la noche más oscura de la última semana de noviembre para que haya sanación. Y así lo vamos a hacer.
Eso no falla, flaquita.
Shangó nos sacará de esto.
Y nos vamos, rapidito, para Michoacán. Allá está nuestra ley.
Si, guey.
Órale nomás.