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miércoles, 29 de abril de 2020

El robo del puente María Nieves.





     El robo del Puente María Nieves.



Robo del siglo en China: 998 kilogramos de lingotes de oro ...






    
                 Carlos Eduardo Daly Gimón                             





A esa hora de la mañana, la misa aún no comienza.

Huele a incienso en los pasillos de la iglesia.

Misia Marisela, doña Olguita y la señora Odalis, arrodilladas, rezan y cuchichean como todos los presentes. Ya se olvidaron de la fritanga de empanadas que siempre les deja un sabor dulzón, untuoso, antes de entrar al templo. 

De golpe, escaleras abajo, grita el niño de pantalones anaranjados; nadie sabe porque.

Cerca de allí, muy serio, Samuel Cleibert Rosas se mete la mano en el bolsillo y acaricia unas cuantas monedas que lleva desde que compró un toronto en el kiosco de Luisito García.

Está impaciente. ¿Quién no?

Iba a saludar a Rafael Abner de Manzanillo pero recordó de nuevo su sueño dominicano: “¡Necesito esa plata, carajo! “

La plata, él lo sabe, está en la réplica del Puente María Nieves.

“Con eso pago hasta el mar de las Antillas completico; a ver si me entiendes”.

Sólo piensa en eso.

Llega el cura.

La feligresía camina hacia el interior de la iglesia; van recogidos, íntimos, ensimismados.

Todos entran menos el doctor Samuel Cleibert Rosas, de Guayacancito. Tiene que ir a la Gracia del Mar, a unas cinco cuadras de allí, a platicar con Roque y Masalvio sobre lo que hay que hacer con el  Puente María Nieves.



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En la Gracia del Mar tres tipos en bermudas, despeinados, juegan dominó. El dueño, un portugués hincha del Real Madrid, atiende la barra junto a su mujer Nerina y a una muchacha de Boca del Río. Roque y Masalvio se sentaron en un rincón de la tasca a esperar por la llegada del doctor.

Son las doce y cuarenta y cinco del mediodía.

La conversación es breve porque nadie por allí confía en el otro. “Doctor, ese puente en oro macizo es un negoción. Eso ya lo hablamos. A nosotros lo que nos interesa es que nos traiga el Puente María Nieves, más n’a. Acérquelo hasta el taller de la Joyería y se lo convertimos en un lingote amarillito mi doctor, lo demás es pan comido. Se vende rapidito y le depositamos la plata en su cuenta bancaria, o si usted prefiere se la transferimos fuera; como guste mi doctor”. Esto lo dijo Masalvio porque Roque guardó un silencio hostil hasta que habló: “Son 3 kilos de oro de 18 kilates; una boloña. Con eso se pasa un año entero en Santo Domingo a todo trapo, igual en Puerto Rico, y otros seis meses en Kingston si es que le da la perra gana, y todavía le queda para rematar en Margarita”, finalizó Roque con mucho dominio sobre sí mismo.

Samuel Cleibert Rosas, de Guayacancito, escuchó con cierta malicia.

Titubeó un poco al reparar en el brinco nervioso de un gato manchado, atigrado, que corrió hacia afuera y se fue ¡Mierda! dijo.



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Llega el punto que de verdad le trae las ideas como un revoltijo: “¿Quién saca la réplica del Puente María Nieves del Museo Diocesano de la Virgen del Valle? Dígame: ¿quién? ”

Samuel Cleibert Rosas, de Guayacancito, pensó en Ovidio Pereira, un policía retirado de Juan Griego. También recordó que en la Procuraduría trabó amistad con un mensajero que le hacía los mandados a los tribunales, Perucho, pero lo descartó por tonto. Le dio muchas vueltas hasta que decidió él mismo llevar a cabo el robo, el que con el tiempo sería considerado el más necio de todos los que se han cometido en la Isla de Margarita ¡Por el amor de Dios!

                       

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El jueves por la tarde, mientras mucha gente andaba de siesta, Samuel Cleibert Rosas tomó la reliquia del Museo Diocesano de Nuestra Señora del Valle, la envolvió en un plástico transparente con burbujas, la amarró con cabuya, le pidió a Natividad, su secretaria, que llamara a la Coordinadora del Salón de los Milagros y se sentó a esperarla.

“Oiga bien, señora” soltó con un tono más bien mandón.

Y siguió.

“Hay que hacerle unas cuantas reparaciones en la base de la estructura al Puente María Nieves; más una limpieza a fondo. Por eso estará esta semana fuera. Luego se le colocará en el mismo armario de siempre para que nuestro querido público, devotos, creyentes de la santa virgencita “, dijo, “ puedan admirarla de nuevo. Usted”, dirigiéndose a la Coordinadora, “¿confirma que eso es lo que se está haciendo con el Puente María Nieves a partir de este momento, y que yo soy el responsable de la réplica hasta que todo haya terminado? ”

La Coordinadora dio su consentimiento sin más detalles: “si, doctor”.

Entró Natividad a la oficina y le gustó lo que vió: “yo también mi doctor, y si quiere lo acompaño a esa diligencia en el centro de Porlamar; todo sea por nuestra adorada madrecita “. Así terminó la sencilla ceremonia. El doctor Rosas se llevó la réplica del Puente María Nieves en su Trail Blazer marrón claro hasta la calle Charaima de Porlamar. Tenía, en ese ir y venir, un aire demagogo, grave, sospechoso.



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Dos semanas más tarde, en la plazoleta de la Basílica Menor, Doña Olguita le dijo: “ese puente tiene su historia doctor Samuel. Mi hermano pagó una promesa que le hizo a la Protectora de Margarita con esa pieza de oro puro. Como ingeniero le pidieron que construyera un puente sobre el mismísimo Río Apure. Fue algo importante para la época. Francisco Rafael le cogió tanto cariño a esa obra, doctor, pero cuando pasó a cobrar sus reales la cosa se puso color de hormiga. El gobernador de Apure le dijo que no podía pagarle esa deuda y Francisco Rafael tuvo que ir al ministerio en caracas. Allí lo ruletearon de oficina en oficina hasta que consiguió un alma piadosa; dios le hizo ese milagro “, sentenció Doña Olguita con la mirada perdida en el firmamento. “Le pagaron a los pocos días, doctor. Mi hermano juró que haría una réplica en oro como agradecimiento, y la donaría al museo de la Diócesis de Margarita porque él es devoto de la Virgen, y, fíjese usted, cumplió su palabra. La pagó de su propio bolsillo, doctor. Qué gran hombre era mi hermano Francisco Rafael, Dios lo tenga en la gloria, entre los suyos “. Doña Olguita sacó un pañuelo blanco de la cartera, y se secó sus diminutos ojos enrojecidos de tanto llanto. Saludó al párroco que se despedía de sus fieles, “la bendición padre”, se persignó de nuevo y volvió con Samuel Cleibert Rosas, de Guayacancito.

“Cuando enfermó”, siguió Doña Olguita, “él me pidió que le mostrara la réplica del puente a la familia entera, uno a uno, que le contara de los sinsabores que le toco vivir en San Fernando y lo que era su más grande veneración al espíritu de la Virgen del Valle. Esa fue mi promesa para él, doctor Samuel.

Al menos un día a la semana llevo al Museo de la Diócesis a algún primo, un ahijado o a los nietos a mostrarles el Puente María Nieves; hasta que ocurrió esta desgracia.

Es lo peor que nos puede haber pasado.

Por eso fui con el señor Obispo y el Vicario de la Diócesis a la comisaría de Porlamar, a denunciar a los fariseos que nos arrebataron esa creación de la divina Patrona de Oriente.

Eso lo hago, doctor, por la memoria de Francisco Rafael, con la venia del todopoderoso”, y se despidió con un beso en la mejilla. “Ayúdenos con eso doctor Samuel, Nuestra Señora del Valle se lo agradecerá”.



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Samuel Cleibert Rosas, de Guayacancito, funcionario de la Curia Diocesana, fiel cristiano, murió de una amibiasis sangrante severa en un calabozo de la policía de La Asunción.

Lo condenaron por hurto, agavillamiento, daños al patrimonio histórico y asociación para delinquir.

El lamento que más se le oyó decir horas antes de su muerte fue: Merengue ripiao, Mangú y bizcocho, Cundi Macundi, Cundillé.















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