El robo del Puente María Nieves.
Carlos Eduardo Daly Gimón
A
esa hora de la mañana, la misa aún no comienza.
Huele
a incienso en los pasillos de la iglesia.
Misia
Marisela, doña Olguita y la señora Odalis, arrodilladas, rezan y cuchichean como
todos los presentes. Ya se olvidaron de la fritanga de empanadas que siempre
les deja un sabor dulzón, untuoso, antes de entrar al templo.
De
golpe, escaleras abajo, grita el niño de pantalones anaranjados; nadie sabe
porque.
Cerca
de allí, muy serio, Samuel Cleibert Rosas se mete la mano en el bolsillo y acaricia
unas cuantas monedas que lleva desde que compró un toronto en el kiosco de
Luisito García.
Está
impaciente. ¿Quién no?
Iba
a saludar a Rafael Abner de Manzanillo pero recordó de nuevo su sueño dominicano:
“¡Necesito esa plata, carajo! “
“Con
eso pago hasta el mar de las Antillas completico; a ver si me entiendes”.
Sólo
piensa en eso.
Llega
el cura.
La
feligresía camina hacia el interior de la iglesia; van recogidos, íntimos, ensimismados.
Todos
entran menos el doctor Samuel Cleibert Rosas, de Guayacancito. Tiene que ir a
la Gracia del Mar, a unas cinco
cuadras de allí, a platicar con Roque y Masalvio sobre lo que hay que hacer con
el Puente
María Nieves.
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En
la Gracia del Mar tres tipos en
bermudas, despeinados, juegan dominó. El dueño, un portugués hincha del Real
Madrid, atiende la barra junto a su mujer Nerina y a una muchacha de Boca del
Río. Roque y Masalvio se sentaron en un rincón de la tasca a esperar por la
llegada del doctor.
Son
las doce y cuarenta y cinco del mediodía.
La
conversación es breve porque nadie por allí confía en el otro. “Doctor, ese
puente en oro macizo es un negoción. Eso ya lo hablamos. A nosotros lo que nos
interesa es que nos traiga el Puente
María Nieves, más n’a. Acérquelo hasta el taller de la Joyería y se lo
convertimos en un lingote amarillito mi doctor, lo demás es pan comido. Se
vende rapidito y le depositamos la plata en su cuenta bancaria, o si usted
prefiere se la transferimos fuera; como guste mi doctor”. Esto lo dijo Masalvio
porque Roque guardó un silencio hostil hasta que habló: “Son 3 kilos de oro de
18 kilates; una boloña. Con eso se pasa un año entero en Santo Domingo a todo
trapo, igual en Puerto Rico, y otros seis meses en Kingston si es que le da la
perra gana, y todavía le queda para rematar en Margarita”, finalizó Roque con
mucho dominio sobre sí mismo.
Samuel
Cleibert Rosas, de Guayacancito, escuchó con cierta malicia.
Titubeó
un poco al reparar en el brinco nervioso de un gato manchado, atigrado, que corrió
hacia afuera y se fue ¡Mierda! dijo.
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Llega
el punto que de verdad le trae las ideas como un revoltijo: “¿Quién saca la
réplica del Puente María Nieves del
Museo Diocesano de la Virgen del Valle? Dígame: ¿quién? ”
Samuel
Cleibert Rosas, de Guayacancito, pensó en Ovidio Pereira, un policía retirado
de Juan Griego. También recordó que en la Procuraduría trabó amistad con un
mensajero que le hacía los mandados a los tribunales, Perucho, pero lo
descartó por tonto. Le dio muchas vueltas hasta que decidió él mismo llevar a
cabo el robo, el que con el tiempo sería considerado el más necio de todos los que
se han cometido en la Isla de Margarita ¡Por el amor de Dios!
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El
jueves por la tarde, mientras mucha gente andaba de siesta, Samuel Cleibert
Rosas tomó la reliquia del Museo Diocesano de Nuestra Señora del Valle, la
envolvió en un plástico transparente con burbujas, la amarró con cabuya, le
pidió a Natividad, su secretaria, que llamara a la Coordinadora del Salón de
los Milagros y se sentó a esperarla.
“Oiga
bien, señora” soltó con un tono más bien mandón.
Y
siguió.
“Hay
que hacerle unas cuantas reparaciones en la base de la estructura al Puente María Nieves; más una limpieza a
fondo. Por eso estará esta semana fuera. Luego se le colocará en el mismo
armario de siempre para que nuestro querido público, devotos, creyentes de la
santa virgencita “, dijo, “ puedan admirarla de nuevo. Usted”, dirigiéndose a
la Coordinadora, “¿confirma que eso es lo que se está haciendo con el Puente María Nieves a partir de este
momento, y que yo soy el responsable de la réplica hasta que todo haya
terminado? ”
La Coordinadora
dio su consentimiento sin más detalles: “si, doctor”.
Entró
Natividad a la oficina y le gustó lo que vió: “yo también mi
doctor, y si quiere lo acompaño a esa diligencia en el centro de Porlamar; todo
sea por nuestra adorada madrecita “. Así terminó la sencilla ceremonia. El
doctor Rosas se llevó la réplica del Puente
María Nieves en su Trail Blazer marrón claro hasta la calle Charaima de
Porlamar. Tenía, en ese ir y venir, un aire demagogo, grave, sospechoso.
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Dos
semanas más tarde, en la plazoleta de la Basílica Menor, Doña Olguita le dijo:
“ese puente tiene su historia doctor Samuel. Mi hermano pagó una promesa que le
hizo a la Protectora de Margarita con esa pieza de oro puro. Como ingeniero le
pidieron que construyera un puente sobre el mismísimo Río Apure. Fue algo
importante para la época. Francisco Rafael le cogió tanto cariño a esa obra,
doctor, pero cuando pasó a cobrar sus reales la cosa se puso color de hormiga.
El gobernador de Apure le dijo que no podía pagarle esa deuda y Francisco
Rafael tuvo que ir al ministerio en caracas. Allí lo ruletearon de oficina en
oficina hasta que consiguió un alma piadosa; dios le hizo ese milagro “,
sentenció Doña Olguita con la mirada perdida en el firmamento. “Le pagaron a
los pocos días, doctor. Mi hermano juró que haría una réplica en oro como
agradecimiento, y la donaría al museo de la Diócesis de Margarita porque él es
devoto de la Virgen, y, fíjese usted, cumplió su palabra. La pagó de su propio
bolsillo, doctor. Qué gran hombre era mi hermano Francisco Rafael, Dios lo
tenga en la gloria, entre los suyos “. Doña Olguita sacó un pañuelo blanco de
la cartera, y se secó sus diminutos ojos enrojecidos de tanto llanto. Saludó al
párroco que se despedía de sus fieles, “la bendición padre”, se persignó de
nuevo y volvió con Samuel Cleibert Rosas, de Guayacancito.
“Cuando
enfermó”, siguió Doña Olguita, “él me pidió que le mostrara la réplica del puente
a la familia entera, uno a uno, que le contara de los sinsabores que le toco
vivir en San Fernando y lo que era su más grande veneración al espíritu de la
Virgen del Valle. Esa fue mi promesa para él, doctor Samuel.
Al
menos un día a la semana llevo al Museo de la Diócesis a algún primo, un ahijado
o a los nietos a mostrarles el Puente
María Nieves; hasta que ocurrió esta desgracia.
Es lo
peor que nos puede haber pasado.
Por
eso fui con el señor Obispo y el Vicario de la Diócesis a la comisaría de
Porlamar, a denunciar a los fariseos que nos arrebataron esa creación de la
divina Patrona de Oriente.
Eso
lo hago, doctor, por la memoria de Francisco Rafael, con la venia del todopoderoso”,
y se despidió con un beso en la mejilla. “Ayúdenos con eso doctor Samuel,
Nuestra Señora del Valle se lo agradecerá”.
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Samuel
Cleibert Rosas, de Guayacancito, funcionario de la Curia Diocesana, fiel
cristiano, murió de una amibiasis sangrante severa en un calabozo de la policía
de La Asunción.
Lo
condenaron por hurto, agavillamiento, daños al patrimonio histórico y
asociación para delinquir.
El
lamento que más se le oyó decir horas antes de su muerte fue: Merengue ripiao, Mangú y bizcocho, Cundi
Macundi, Cundillé.
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