AGUA PARA EL AMOR.
Carlos
Eduardo Daly Gimón
El
Babandí es un gran misterio en la vida de la gente de Upata.
Nadie
sabe qué pasó con esa agua mágica, nutritiva, que poco a poco se perdió por las
calles del pueblo y quedó como una sencilla anécdota de nuestros antepasados.
Bueno,
eso dicen.
Lo
que si es cierto es que el Babandí no es una fruta, ni tampoco tiene que ver
con el dulce canto que baja de las montañas.
No es
una danza a la luz de la luna.
Ni
siquiera se le encuentra entre los mantecos y guayabitas que, orondos, se
pasean por el Valle de Campanario.
El
Babandí es más que todo un néctar para el amor.
El
amor físico; concupiscente; cálido y glorioso.
Para
que a los hombres nunca les falte el arrebato de los años mozos. Menos aún a la
mujer.
Porque
para que haya Babandí tienen que bajar desde Copapuicito unas raíces vibrantes,
magnificas, que se lavan en el patio de la casa y luego se sumergen en el licor blanco, quisquilloso,
que les da una furia formidable; limpia y juguetona.
Y sólo
entonces llega su fragancia infinita, sublime.
El
Babandí huele, en fin de cuentas, a junco de laguna; a carato de moriche; o,
puede que sí, a una flor blanquecina que crece en sitios húmedos con demasiadas
hormigas.
Agua viva de la
eterna primavera.
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La única verdad que conozco me la contó el León de
Guacarapo.
Aquella
tarde en que me lo encontré en la calle ayacucho llevaba un saco repleto de Babandí.
Venía de la represa de Copapuicito, allá arriba, dijo señalando hacia el cielo
como si llegar hasta el antiguo embalse de Upata fuera una tarea cicóplea,
colosal. Se quitó el sombrero de cogollo que siempre lleva cuando va a sus
cosas más importantes: tengo bastantes matas Zambito, dijo. El saco de raíces sucias se recostó a su pierna
derecha, y allí se quedó como una mansa mascota.
A
esa hora de la tarde él sol se disimula entre los mangos de la casa de doña
Estilita. Una brisa callejera aligera el calor húmedo y lluvioso. Pasa a mi
lado él Goyito sin decir palabra. Detrás de nosotros, justo en la esquina, la
tienda del turco Walid tiene oferta de vestidos de talla muy grande. Se
escuchan cascos de burros, una paraulata que trina, ladridos de perros perezosos,
el clamor de una madre preocupada por la maestra de su hijo. Puede que estemos
a finales de agosto.
Hey
León, dijo Hermenegildo, un viejo conuquero de La Caramuca: conseguistes bastante
de la milagrosa? y sin esperar respuesta siguió su camino.
En
ese momento, el León se me acercó para hablarme a sólo centímetros de la cara
como si cualquier descuido pudiera significar para él un fatal error. Zambito,
esta vaina es muy arrecha, dijo. Metió su mano en el bolsillo del pantalón de
kaki y sacó un frasco de ron blanco con
una etiqueta azul oscuro. Lo acarició y por momentos pareció que iba a
tragárselo de un sólo tirón pero se detuvo, lo miró y se lo llevó de nuevo al
bolsillo.
Te
voy a decir una vaina Zambito, aquí entre nosotros: El Babandí es lo mejor que
hay para que estés bien con tu mujer. Te tomas un trago corto en ayuna, otro
después de comer en la noche, y al cabo de tres días andas ansioso, muy
alborotado. No falla, Zambito.
El
León de Guacarapo da la impresión de que algo bueno se trae entre manos.
Parece
cuidadoso y prudente.
Su
rostro arrugado, seco, no deja de recordar que viene de una vida de rapiña: es
un maleante de larga trayectoria, pícaro, borracho, vicioso y maltratador. Todo
el mundo en Upata lo conoce. Ya no tiene nada más que esconder. En la Comisaría
su celda está lista para cada vez que llega con su hamaca al hombro a pagar sus
fechorías.
Cómprame
un frasco, Zambito, para que veas lo que es bueno.
Pero
si tengo veintisiete años, León.
No
importa Zambito, esto es para cualquier edad.
Mira
lo que te digo: hay gente que me lo pide semanas antes de que lo baje de Copapuicito
porque saben que yo tengo el mejor. Cómo es que se dice? Afrodisíaco. Sí, eso
es Zambito.
Unos
italianos de Ciudad Bolívar, prosigue, me lo arrancan de la mano y hasta se lo
mandan a familiares y amigos en la capital. Ellos saben que esto es candela
pura. Si tú vas a una farmacia no encuentras nada igual. Unas pastillitas que
no te sirven ni para un empujoncito. Cómo no, mi pana; el Babandí es lo mejor que
hay para las hembras de Upata. Una vaina que los indios nos dejaron para que a
nadie le falle la fuerza. Nada de eso. El Babandí te excita; y bueno, ya tú
sabes, Zambito.
ªªªªªªªªªªªªªªªªªªªªªªªªªªªªªªªªª
El
último novio de La Corocora fue Etienne Lézarde, un francés de Guadalupe que
vino a buscar fortuna; a florecer en las tierras del sur.
Etienne
era delgado, más bien chiquito, trigueño y cincuentón.
Un
charlatán muy atrevido dispuesto a todo por el corazón de La Corocora.
Pero
pronto se dio cuenta de que La Corocora no era una mujer fácil.
Y
para seducirla se apoyó en Reinaldo Gomez, Juan Vicente Espósito, Chiripa
Dominguez y en Berenice Malavé, una
viuda prima hermana de Reinaldo; con los que organizó unas sabrosas veladas en
su pequeña granja de Los Rosos.
Los
miércoles por la tarde, en la finca de Etienne se armaba la rumba con
aguardiente y güisqui barato, cachapa con cochino frito de pasapalo; y mucho se
hablaba del agua noble, embrujadora, que era el cuento que más entretenía a los
aburridos vecinos de la Villa del Yocoima.
No,
no, no; eso es una monumental mentira.
Los
negros de Martinique nada tuvieron que ver con el Babandi, mon frere, decía
Etienne Lézarde mirando a Juan Vicente mientras aspiraba su humeante pipa.
Ellos
vinieron a finales del siglo XIX y se fueron directamente a las minas de oro de
El Callao; ninguno paró en esta hermosa Villa.
Don
Carlos César Castro Gruber se equivocó.
Él
fue un hombre muy culto, casado con Doña Eufemita Daly, pero se confundió con
eso de que es de las Antillas Menores que viene el Babandí. No, monsieur Castro
Gruber. En lo absoluto. No estoy de acuerdo.
El
mañoso caribeño luce un tanto irritado.
Chiripa
Dominguez lo observa. Pocas veces había visto a un isleño tan necio. Tranquilo viejo, le dice.
Etienne
aclara su voz con un trago de ron muy cargado y sigue.
Es
una gran verdad que el Babandí llegó a oídos de gente de otros países. Tengo en mi poder recortes de prensa
de El Universal, La Religión, y hasta en él El Cojo Ilustrado salió, de la
visita que hizo a Caracas el representante de la firma “Recherches Tropicales
S.A.”, en la persona de Adjevi Haxaire,
y de los muchos detalles que pidió a las autoridades sobre el mismísimo
Babandi. En Guinea Ecuatorial tenemos las mejores condiciones para venderlo, y
estamos dispuestos a pagar su precio, declaró el avispado comerciante que llegó
desde Africa negra.
Pero,
puntualizaba Etienne, al cabo de dos semanas en Upata, a Adjevi le echaron
ceniza en la bebida en una de las tantas borracheras en la Cueva del Oso, y se
lo llevaron preso porque en medio de la gritería que armó no se le entendía
nada. Adjevi desapareció y nunca más se supo si seguía con la idea de sacarle
provecho al afamado Babandí, o si fue un simple estafador.
No
hay Babandi en la piedra de Santa María.
De
dónde han sacado eso ? Juro qué es un chisme muy malo, insiste el francés
ligeramente borracho.
Todo
se confunde; mesdames y monsieurs.
No
hay agua por allí.
Yopos
y matas de copey abundan en la zona pero Babandí no hay.
Y no
niego que Rómulo Gallegos puede haber dicho algo en sus novelas, pero eso de
que se da el Babandí en la Piedra de Santa María es pura habladuría.
Otro
engaño que se ha dejado correr entre la gente de este pueblo, es que hubo un
tal Antonio Lecuna Bejarano de Valencia que se robó la fórmula del Babandi, y
se hizo rico.
Esto
me pone de mal humor, señores, decía con una voz grave, fingida.
El
amigo Lecuna fue dueño de una botica de
poca categoría en Caja de Agua, no lejos del centro de Valencia, y allí murió
con bastante humildad; y ahora vienen a decirme que se convirtió en millonario.
Nunca en la vida, ustedes me entienden, insistía el francés-guadalupeño; jamás
pudo ese caballero explotar el Babandi en el centro del país; cómo se les
ocurre.
A veces me disgusta tanta bellaquería, y apretaba
con la palma de la mano la pipa a punto de apagarse.
Son chismes muy malos, repite.
Pendejadas se puede decir Berenice? y enseguida sonríe.
Fíjate que en Guadalupe le decimos Ragot, sí, con una
sola palabra para que no haya ninguna duda.
Toma aliento, prueba un bocado de cochino frito y
suelta: Lo que si tengo que dejar muy claro es que el que tuvo más puntería en
esto del Babandí fue el Léon.
Y deletrea, muy lentamente, el León porque al francés
caribeño le cuesta mucho pronunciar Guacarapo, y menos aún León de Guacarapo de
una sola vez. Es un difícil trabalenguas
para él.
El León me insistió en la Foca de Capulina, en que
el Babandí tenía sus días contados si nadie se pone a sembrarlo como tiene que
ser. Hay que plantar el Babandi, carajo.
La Corocora lo escuchaba cautivada, casi derretida,
y Etienne aprovechaba para soltar una fuerte humareda que oscurecía él ambiente
y luego se iba.
A mí nunca se me olvidará que esa noche, en la Foca
de Capulina, el León me agarró por el brazo y muy serio me dijo: el Babandí nos
lo regaló esta tierra sagrada, y ella misma se lo llevará, musiú ¡Dígalo ahí!
Etienne Lezarde vivió muchos años en Upata pero nunca
llegó a casarse con La Corocora porque según y que se dio cuenta de que él
Babandí no servía para nada; es una gran mamadera de gallo, sentenciaba, triste
e indignado.